Lo que pasa en las iglesias cristianas un domingo en la mañana, tanto arriba como abajo del escenario, no es otra cosa que un performance artístico. Algo que encierra una gran belleza por su diversidad y por lo que significa dentro de la experiencia comunitaria de lo divino, pero que también cobija algunos peligros, si se busca la construcción de una espiritualidad auténtica.

En este episodio reflexiono sobre la autenticidad como un valor necesario en la búsqueda de una espiritualidad no tóxica. Hablo de la preocupación por los frutos; de las groserías y la ética cristiana a la que apuntan las supuestos códigos morales que se encuentran en el Nuevo Testamento; de las máscaras y de la puesta en escena de los predicadores que se pusieron a sí mismos como modelos a imitar.

Y del resultado que eso trae en nuestro presente, aún cuando hayamos saltado la cerca hacia el mundo de la deconstrucción, porque a veces parece que siguiéramos un libreto para ver cómo ubicarnos en ese escenario para la próxima función. ¡Pasen a escuchar!


Temas en la conversación

  • 00:00 | Introducción
  • 02:10 | La autenticidad y los frutos
  • 13:14 | Las groserías y la ética cristiana
  • 26:31 | Efectos secundarios del culto evangélico
  • 32:31 | Desenmascarando el performance
  • 40:35 | Ser uno mismo al otro lado de la cerca

Frases destacadas

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Notas del episodio


Transcripción

Hoy es Noviembre 19 del año 2022. Este podcast se llama Notas Sueltas y dice así…

[SUENA MÚSICA INTRO]

¡Buenas, buenas! Oigan, ¡llegamos al episodio número 80! Wow, nunca pensé llegar a 80 episodios. O sea, yo empecé a decir esto como en el episodio 3 y ustedes creyeron que era un chiste… pero la verdad no pensé que esto fuera a llegar hasta el episodio 80, la verdad si lo hubiera sabido, me hubiera puesto a hacer un cursito de teología o algo, para al menos medio saber de qué estoy hablando. Y, bueno… también debo decir que este episodio me ha costado particularmente, porque han sido unos meses muy ocupados. Si escuchan el podcast de manera periódica seguro lo notaron, porque llevo un mes sin publicar episodios.

Pero bueno, muchas gracias por su compañía durante todo este camino, me encanta que estén aquí a pesar de esas pausas abruptas que a veces me toca hacer por las ocupaciones, eso es lo que hace que tenga sentido uno sentarse pues acá un rato a hablar solo… pero sabiendo que a alguien pueden servirle estas ideas y estas notas sueltas. Justo esta semana recibí un mensaje por Instagram, de alguien que escuchó todos los episodios y me dijo: ¡quedo a la espera de más! Wow, eso pues es la gasolina que necesito para que este proyecto se mueva para adelante.

Así que busquen un café mientras les envío saludos a mis Cancioneitors… ¡saludos, queridas y queridos! Esta es la gente que patrocina, que aporta para que este proyecto siga creciendo y por eso les estoy eternamente agradecido, además de que la pasamos bomba, nos contamos chismes, nos burlamos de celebridades evangélicas, nos mandamos memes… en fin, si buscan al Cancionero Cristiano en Patreon van a ver cómo es la cosa. ¡Por allá les esperamos!

¿Entonces ya se acomodaron? Hágale pues que esto va a arrancar es de una, porque estoy que digo un montón de cosas y ya se me empezaron a olvidar…

Bueno… quiero hablarles en este episodio de autenticidad y de espiritualidad.

Y pues empecemos por definir en qué estoy pensando cuando digo la palabra “auténtico” para que tengamos eso en mente de aquí para adelante. Estoy pensando en algo que concuerda con lo que dice ser, que es realmente en su esencia lo que dice el nombre, ¿cierto? Que corresponde a su enunciación, a su definición. Entonces lo contrario de autenticidad, por ejemplo, sería como… imitación… o hipocresía. Creo que “hipocresía” es una palabra que le hace buen contraste a “autenticidad”, al menos para lo que quiero comunicar en este episodio.

Algo interesante sobre ese término “hipócrita” es que es una palabra griega que viene del mundo del teatro. Los “hypocritai” eran actores que estaban en el escenario y se ponían máscaras dependiendo del papel que les correspondiera en cada escena. O sea, una compañía de unos pocos actores podía representar a muchos personajes, simplemente cambiando de máscara y seguramente impostando la voz y representando la personalidad de ese personaje. Entonces un “hypocritai” podía ser una persona en una escena y otra diferente en la escena siguiente. Tengamos eso en mente ahora que vamos a empezar a hablar de autenticidad. Lo contrario de ser auténtico es andar por ahí para arriba y para abajo con una máscara, o con varias máscaras.

Por ahí también aparece este versículo que dice “vendrán burladores”, que siempre le responden eso a uno cuando está riéndose de evangelicosas… “En los postreros días vendrán burladores”… eso también vale la pena revisarlo, porque tiene que ver con la hipocresía, con cambiar de cara, con pretender ser alguien que uno no es. Ser un burlador no es reírse de cosas o hacer memes de las pendejadas de la religión. Ser burlador, en la línea de esos versículos que aparecen por ahí en las cartas apostólicas, es ponerse máscaras para vivir la espiritualidad.

Y aquí me acuerdo de una canción que me aprendí en los 90s que decía: “Quítate la máscaraaaaaaa”… Uffff…. Gran canción de una banda de Guatemala llamada “Vox Dei”… Rock sabroso que igual me tocaba escuchar a escondidas porque eso era del diablo. Pero sigamos…

Tengo en la cabeza unas palabras de Jesús en los evangelios, creo que aparecen en Mateo y en Lucas, si no estoy mal, este texto donde Jesús usa la metáfora de un árbol y de sus frutos. Entonces dice algo así como… el árbol se conoce por sus frutos… Esperen lo busco, para que no sea yo hablando, sino el Espíritu Santo a través de este instrumento… Dele gloria al Señor en esta hora… Jajajaja… eso que acabo de hacer es un buen ejemplo para hablar de autenticidad ahorita más adelante… Aquí tengo Mateo capítulo 7 y el versículo 15 en adelante. Dice así la Palabra del Señor jejeje… Se me nota que fui predicador, ¡y bien auténtico!

En mi Biblia del Peregrino dice ese texto: “Cuídense de los falsos profetas que se acercan disfrazados de ovejas y por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Se cosechan uvas de los espinos o higos de los cardos? Un árbol sano da frutos buenos, un árbol enfermo da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos ni un árbol enfermo puede dar frutos buenos. El árbol que no dé frutos buenos será cortado y echado al fuego. Así pues, por sus frutos los reconocerán”.

Bueno, en mi memoria eso sonaba distinto, sonaba en Reina Valera. Pero entonces esta es la idea, aunque bueno, este texto tiene varias capas… definitivamente esto también está en Lucas, porque hace parte del Sermón del Monte, que en Lucas no es en un monte, sino en una llanura, y este es un ejemplo clásico para hacerle perder la cabeza a los que dicen que la Biblia no se equivoca porque es la Palabra de Dios… jejeje… pero ese no es el tema.

Aunque sí, tiene que ver, porque Mateo ubica a Jesús en un monte intencionalmente, después de volver del desierto… ¿A quién les suena eso? Desierto, monte, río Jordán… Pues tiene los componentes de los grandes profetas de la historia de Israel… Moisés, Elías… Es bien interesante investigar acerca de esos paralelismos y de la intención de los autores desde lo literario de ubicar las historias de Jesús en ese tipo de escenarios, y bueno, pues al menos yo eso lo leí en un trabajo exegético de un señor que se llama Joel Marcus, es profesor especialista en Nuevo Testamento, tiene un comentario buenísimo de Marcos, precisamente, y otros trabajos cristológicos. Pero pues eso se lo pueden levantar ustedes donde quieran, si les interesa profundizar en esos temas.

En fin, Jesús está en el monte, en Mateo, legislando acerca del Reino de Dios, promulgando la nueva ley, como Moisés. Y habla acerca de los falsos profetas, de los cuales también habla la ley de Moisés, en Deuteronomio, muestra cómo reconocer a los falsos profetas. En el caso de Jesús lo que aparece, por supuesto, es una metáfora del campo, cómo no, es Jesús el que está hablando. Entonces así como el fruto de un árbol deja ver no solamente qué tipo de árbol es, sino qué tan sano está, así mismo se pueden reconocer a los falsos profetas.

Esto tiene una resonancia con algo que dice Jesús también en el evangelio de Juan. Aunque Juan lo ubica en el discurso del Aposento Alto, porque ya saben que a Juan le vale cinco la cronología de los sinópticos, cuando está hablando de la vid, en Juan 15, y también menciona el fruto y menciona el fuego, ¿cierto? “Todo pámpano que lleva fruto lo limpiará para que lleve más fruto, y el pámpano que no lleve fruto lo cortará y lo echará al fuego”… Algo así.

Pero bueno, el asunto de centro es que tengo en la cabeza este texto, o estas ideas que aparecen en diferentes textos, asociadas a cómo la esencia de algo es innegable y se deja ver a través de lo que se exterioriza. Eso tiene todo el sentido, si yo digo que soy algo, pero muestro otra cosa, pues eso que muestro es lo que realmente soy. Y a eso es a lo que me refiero con autenticidad.

Entonces aquí viene una espiritualización extraña que se le dio a este asunto en el cristianismo que yo conozco. Porque entonces he escuchado gente en redes sociales, y bueno, pues a mí me lo enseñaron y yo luego lo enseñé a otros, que eso del fruto que dice Jesús es una cosa espiritual. O sea, más bien, es algo que se da en el marco de la actividad religiosa, mejor. Entonces el fruto de un cristiano es, por ejemplo, no ir a fiestas, no bailar, no tomar licor, no participar de las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprenderlas. Claro, son manifestaciones externas asociadas como con una cultura evangélica, una cultura religiosa… “Es que los cristianos no hacen eso”, entonces si uno va a cine o va a una fiesta con los amigos o se disfraza en Halloween o pone adornos navideños en diciembre o va a un concierto de Juanes o de Shakira… eso es fruto de la carne, del mundo, entonces si uno está dando ese fruto, es porque no es cristiano. Está clarísimo, porque la Biblia dice: “por sus frutos los conoceréis”.

Pero esa lógica pues tiene un problema, o yo le veo muchos problemas, pero principalmente pues si uno se pone a pensar en los tiempos de Jesús eso realmente no era como una cosa importante. Culturalmente los judíos pues tenían como una vida social muy activa, con celebraciones, fiestas, bodas, recibían visitas importantes y los atendían con una cena especial, con vino, baile… pues, los judíos del tiempo de Jesús no eran tan mojigatos como los evangélicos del siglo XXI. Y el mismo Jesús pues se metió en problemas por andar en esas, ¿no? Por ahí lo comparaban con Juan el Bautista, que era más de una corriente como ascética, ¿cierto? Como por allá en el desierto comiendo grillos… pero Jesús no, Jesús estaba en las bodas, convertía el agua en vino, comía con pecadores. Hace tiempo me sacaron de un grupo de WhatsApp de debates teológicos porque dije que Jesús se la pasaba con putas y borrachos… y más o menos era así… y ahorita vamos a hablar de las malas palabras, que esa es otra cosa que vale la pena mencionar.

Pero, en todo caso, si uno se apega a lo que ve hacer a Jesús y escucha decir a Jesús en los evangelios, este asunto del fruto no va tanto como por tener una cultura o una actitud puritana frente a la vida, en términos de interacción social o de hábitos culturales. El discurso y las acciones de Jesús iban más por el lado de la dignificación de la gente, del pueblo de Israel, de la gente que lo había perdido todo, las mujeres que habían tenido que prostituirse seguramente por haber sido abandonadas, repudiadas o quedar viudas por la violencia, la gente socialmente marginada por cuestiones políticas o religiosas o sociales. Por ahí va más lo del fruto del verdadero profeta del Reino de Dios, en el servicio, en la entrega por los demás, en el regreso a la esencia de la Ley, de cuidar el uno del otro en esa vivencia comunitaria en la que se enmarca la espiritualidad y la relación con el Padre. Eso en el discurso de Jesús, ya después van a venir otro tipo de reflexiones en la literatura paulina y bueno, después pasa todo lo que pasó en la historia del cristianismo cuando se hizo al poder.

Y bueno, de todo ese resultado de las prohibiciones y del miedo con el que nos enseñaron a acercarnos a lo espiritual, ya hablé en el primer episodio de esta temporada y ahí llegamos a un componente que me parece fundamental en la vivencia de una espiritualidad sana y es la libertad. Vayan y escúchenlo si de pronto se les pasó.

Pero en lo que tiene que ver con el elemento que quiero destacar en este episodio, la autenticidad, creo que en lugar de preocuparnos por el fruto deberíamos preocuparnos es por qué clase de árbol somos. Justamente es a lo que apunta Jesús, el fruto no es un fin, sino un medio para reconocer el árbol. Entonces nos hemos obsesionado con dar buenos frutos, pero no con ser árboles buenos y ahí creo que hay una clave para ver la espiritualidad, para acercarnos a esa experiencia de Dios de una manera distinta.

Y ahí llegamos a un nudo teológico que tenemos atado en nuestro inconsciente, en la misma esencia de cómo nos enseñaron a percibirnos como seres humanos, y tiene que ver con una herencia calvinista que corre por nuestras venas y que invade nuestras neuronas: la depravación total. Somos pecadores, asquerosos ante los ojos de Dios, y lo que hacemos es trapo de inmundicia y solo merecemos el infierno y la ira de Dios.

Este es uno de los pilares de la teología calvinista, el famoso TULIP. Y no importa que a uno esas siglas no le digan nada, seguro que son ingredientes de las cosas que hemos aprendido como cristianismo, aunque no seamos calvinistas ni de corte reformado. Porque es un discurso que está ahí presente en la fe que aprendimos, casi que nos hicieron creer que eso es el cristianismo, la única posibilidad teológica para entender la Biblia y la muerte de Jesús y el evangelio y la salvación.

Entonces claro, si a uno como niño le dicen que es un pecador asqueroso y que por su culpa murió el Hijo de Dios, pues eso tiene efecto en la manera en la que uno se ve a sí mismo y en la forma en la que ve a los demás. Entonces uno le dice a la gente este tipo de cosas que dije hace un rato: que debemos buscar ser buenos árboles para poder dar buenos frutos, inmediatamente brinca esa objeción: “pero cómo voy yo a ser un buen árbol, si soy un pecador, imperfecto, incapaz de mejorar por mí mismo, necesito al Espíritu Santo que me transforme y me queme en el fuego y que el alfarero me destruya… Renueeeeeeeevame, Señor Jesuuuuuuuuus”. Pero pues en este episodio no tenemos suficiente tiempo para quitar ese chip, solamente les dejo la inquietud.

Bueno, la relación entre la prohibición y la autenticidad es directa, desde donde yo lo veo. Porque si a uno le prohíben cosas que son perfectamente normales en cualquier ser humano, pues quedan dos opciones: o convertirse en otro ser humano o fingir que uno está cumpliendo con todo eso, pero hacerlo a escondidas o vivir amargado porque no puede hacer. Una cosa interesante es que ese reguero de instrucciones apostólicas, mayormente de la literatura paulina, tienen siempre como un enfoque doble. Como que dice: “no hagan esto” y no se queda ahí, prohibiendo cosas, sino que insiste en lo contrario: “más bien hagan esto otro”.

Esa es una fórmula que yo encuentro muy interesante y que, a mi parecer, dice mucho sobre la intención con la que fue escrito eso. No tanto como un código de negativas y de prohibiciones, sino como una aspiración a una ética más elevada, a partir de esas instrucciones positivas. Veamos un ejemplo: “ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca”. Efesios 4: 29, ¿cierto? Si uno se queda con la mitad de la frase, es claramente una prohibición, que traducida a nuestra cultura evangélica heredada y atravesada por siglos y siglos de influencia histórica, de dogmas y de cismas, quiere decir: “un cristiano no debe decir groserías”. 

Entonces si un cristiano está en la cocina y agarra algo caliente, o si se levanta al baño por la noche con la luz apagada y se da en el dedo chiquito del pie con la pata de la cama, no debe decir groserías. Un humano normal, depravado y pecador, diría: “ay gonorrea!!!”, o un madrazo cualquiera de su región o país. Pero un hijo de Dios, una hija de Dios, salvo por gracia, redimido por la sangre preciosa del Cordero, no con oro, ni plata, ni piedras preciosas… no, señor… un cristiano debe decir: “El Señor es mi pastor, nada me faltará, aunque ande en el valle de la sombra de muerte no temeré mal alguno…”. Y claro, alabar a Dios, porque todo obra para nuestro bien. ¿Amén?

Pero si uno sigue leyendo, se da cuenta que la cosa no va tanto por abstenerse de decir palabrotas porque sí, sino que le apunta a un objetivo ético. “No digan palabras corrompidas, sino palabras que edifiquen a los demás”, más o menos eso dice el resto del texto. Aaaaaah, eso es diferente y eso matiza mucho lo que uno entiende de ahí. Eso significa que si yo estoy hablando con otra persona, lo que yo le diga debe venir con la intención de construir, no de destruir. Y yo creo que ustedes y yo sabemos que uno perfectamente puede volver mierda a otro sin necesidad de decir palabrotas. Es más, uno puede tratar a una persona como una piltrafa a punta de versículos. Y terminar diciendo “bendiciones”. Y esto pues no hay que detallarlo, todos tenemos redes sociales y todos sabemos cómo se ponen los religiosos cuando quieren ofender y tratarlo a uno como un zapato, pero eso sí, sin palabras corrompidas. Y no nos digamos mentiras, nosotros también lo hemos hecho. Pero como uno no está diciendo groserías, pues todo bien, ¿cierto?

Entonces la cosa cultural tiene mucho que ver. En Colombia, por ejemplo, uno a los amigos o a personas con las que tiene cierta confianza, les dice “marica”. O “güevón”, así con “g”, diferente al “hueón” de los chilenos. Claro, uno a una persona desconocida le puede decir “este man es un güevón” y es una palabra ofensiva, pero si un amigo viene a contarme que va a volver con su expareja que lo engañó, o si alguien me está contando algo que me parece exagerado, yo le voy a decir “oigan a este güevón… este sí es como marica, ome…”. Y no es ofensivo, es una expresión cultural normal en Medellín, en Colombia. Supongo que ustedes pueden pensar en ejemplos parecidos en sus lugares de origen.

Y claro, hay gente que se expresa así, pero también hay gente que se expresa diferente. Una capacidad social básica es la de uno ser capaz de identificar eso y respetar la preferencia de las personas, o de los espacios, de ciertos momentos en los que se requiere formalidad y pues no va uno a llegar soltando cualquier léxico, sino que se comporta con cierta compostura. Y eso cabe dentro de la autenticidad, porque yo no dejo de ser yo, sino que estoy moviéndome en un espacio de consideración o respeto.

Pero en todo caso, vean que acercarse a ese tipo de prohibiciones, de supuestas cosas que no se deben hacer porque es pecado, acercarse a eso desde la implicación ética que tiene, lo hace a uno preguntarse cosas diferentes. La pregunta no es: “un cristiano puede decir ‘marica’?”, sino… “Con qué intención le voy a decir esto a esta persona? Con la intención de ayudarle, de dejarle algo positivo en su vida?”.

Bueno, yo creo que aquí viene bien una pausa, porque quiero decir algo más pero está bien largo. ¡Entra la música!

[INTERMEDIO]

Píllense esos listados de versículos que prohíben cosas, supuestamente, y verán que con ese enfoque la cosa cambia por completo. “No dejen de congregarse”, otro versículo típico del que se habla mucho por ahí en posts de gente que cuenta experiencias traumáticas que la llevaron a un tiempo de lejanía de actividades eclesiales o directamente a irse de su iglesia. “Ah, pero es que la Biblia dice claramente que no dejen de congregarse”. Bueno, pero mirá lo que dice después: “estimúlense a buscar el amor y las buenas obras”. O sea que uno puede ir sagradamente todos los domingos a la iglesia, martes al estudio bíblico, jueves al culto de oración, sábado a reunión de jóvenes, ayuno cada primer domingo del mes, clases bautismales, discipulado, santa cena, campamentos, vigilias, matrimonios, velorios, integración de fin de año, todo lo que se inventen en la iglesia para hacerlo ir a uno allá y no verse el Mundial. Pero si en ese ambiente no se estimula el amor mutuo, el amor sincero del que habla la Biblia, el cuidado el uno del otro, si se estimula la competencia, los valores del mundo de sobresalir por encima de otros, de figurar, de mostrar lo mucho que sé y lo santo que soy y lo cristiano que me comporto… entonces no se está cumpliendo el principio ético al que apunta ese versículo.

Y, en cambio, si en otro espacio que no responde a las características de “iglesia”, en un grupo de amigos, en una comunidad virtual, en otro tipo de actividades, estoy encontrando un estímulo a ser mejor persona, a obrar bien hacia los demás, a crecer en la manera en la que muestro un amor genuino por otras personas… pues ahí se cumple el principio ético, es decir, ahí me estoy congregando.

Pero esto es difícil de aceptar para muchas personas, eso lo entiende uno también, para mí fue difícil aceptarlo. Mayormente porque la iglesia, el espacio de culto, se convierte en un espacio sagrado, en un espacio de expresión de la fe tan importante para la espiritualidad. Y a mí me parece que eso está bien, pero obviamente tengo cosas que decir con respecto a la autenticidad en ese contexto. Porque creo que es una de las razones por las que hemos aprendido tantos vicios que estorban al momento de uno procurar formar una espiritualidad auténtica.

Porque el culto es un performance. Aquí me toca recomendarles de nuevo el maravilloso documental de Almendra Fantilli sobre el culto, que se llama justamente “El Culto”. Y obviamente recomendarles la conversación que tuve con ella aquí en Notas Sueltas al respecto. El culto es un performance, es un espacio dramático, es una coreografía, un escenario de representación y de enunciación de lo sagrado donde se funden lo individual y lo colectivo, y eso me parece bello, sobre todo por su diversidad y por lo que nos dice sobre nosotros como humanos.

¿Cuál es el problema que yo le veo al performance? Yo creo que un problema es justamente no ser conscientes de que se trata de un performance. Creer que porque eso pasa en un escenario de expresión de la espiritualidad, ya eso lo hace espiritual. Y no, simplemente es una forma en la que actuamos, son formas, tradiciones, formatos, pero no es que Dios así lo dictó, o el Espíritu Santo lo generó de manera sobrenatural, o porque así era la tal iglesia primitiva… No, simplemente nos gusta hacerlo así, hemos sincretizado un montón de cosas desde nuestra cultura, desde la historia y la herencia que hemos recibido a través de nuestra tradición religiosa, y con esas herramientas expresamos comunitariamente nuestra experiencia de fe, nuestro momento de culto, de adoración, de comunión, como lo queramos llamar, así lo hacemos y ya. Sin tanto misterio.

Si despojamos de ese halo de divinidad lo que pasa en el culto, tanto arriba de la tarima como abajo, si lo revestimos de lo humanos que somos, van a pasar varias cosas. Primero, vamos a darnos cuenta de que eso, como humano, es imperfecto, por lo tanto es susceptible de cambio, de transformación. Y segundo, vamos a entender que si otras personas lo hacen distinto, eso no los hace idólatras, faltos del Espíritu, falsos cristianos, irreverentes, desviados, falsa doctrina, etc. Simplemente los hace diferentes y ya. Navegar en medio de esa diversidad sin demeritar lo diferente y sin demeritar tampoco lo propio sería una gran ganancia para la vivencia comunitaria de la espiritualidad.

Asistir al mismo culto cada ocho días durante quién sabe cuántos años, a veces incluso (como seguramente será el caso de mucha gente que está escuchando esto) desde que naciste, o desde una edad muy temprana, asociar lo espiritual con esos formatos específicos a los que uno fue expuesto y aprender a desconfiar de cualquier formato diferente… piénsenlo… es una cosa muy heavy.

Además, porque el performance, la actuación, la interpretación escénica está siempre ahí presente. Vean, yo no me crié en un ambiente carismático, así de formas pentecostales todas exageradas, que considero que tienen muy claramente unas cosas que se pueden identificar como actuadas… No, la iglesia mía era muy mesurada, la gente sentada, poco o a veces ningún acompañamiento musical, una prédica muy expositiva, sin llamados al altar o gente llorando, de hecho todo eso se evitaba porque el emocionalismo no le agradaba a Dios, sino la adoración en espíritu, o sea en silencio, porque claramente el espíritu no hace ruido… Unos cultos ahí de puros viejitos más muertos que Twitter desde que lo compró Elon Musk…

Y sin embargo, eso también era performance. Porque hacer cara de seriedad 2 o 3 horas no es normal. Esa solemnidad y ese aire así todo rígido… en una iglesia en pleno trópico… jajaja… eso es un performance que aprendimos de misioneros ingleses y alemanes… ¡imagínense! Uno culturalmente rodeado de cumbia, de guaracha, de merengue, de salsa y vallenato… y cantar: “Dad gloooooooria…”, esos himnos con frases musicales e intervalos todos barrocos europeos… Es una puesta en escena, no nos faltaba sino té y galletas y una vajilla victoriana… queríamos ser puritanos ingleses.

Y de todas maneras el sincretismo con toda la cultura evangélica que empezaba en esa época, en los años 80 y comienzos de los 90 del siglo pasado, que empezaba a volverse más accesible, con canales de televisión cristianos y prédicas en VHS de estos predicadores famosos de otros lugares del mundo, como Carlos Anacondia, Luis Palau, Yiye Ávila y otros… eso empezó a pegarse, a contaminar, dirían en mi iglesia. Y luego la oleada más contemporánea de salmistas y predicadores mexicanos y centroamericanos se sumó para las generaciones más jóvenes. Entonces, claro, esos manes allá parados, con severa puesta en escena, con auditorios y estadios llenos de gente, eso empezó a volverse referente, algo a lo cual aspirar, y poco a poco empezamos a tener predicadores con esa mezcla de rigidez alemana, frialdad inglesa y sabor latino neopentecostal de Enlace… todo conviviendo en una pobre persona vestida con camisa manga larga un domingo a pleno mediodía parado en un púlpito en una población a orillas del río Magdalena a 40 grados centígrados bajo sombra… o sea yo. Jajajaja…

Aunque yo la verdad fui más influenciado por Dante Gebel que por todos esos otros que mencioné, siempre me gustó hacer de payaso. Después hablamos de eso, por ahí tengo grabado un sermón, creo que tal vez el único sermón que quedó grabado de mis años de predicador. Se lo voy a poner a mis cancioneitors pa que comparen jejeje…

Y la gente veía a ese predicador, tan cerca de Dios, como Dios le hablaba, porque claro, el predicador pasaba tiempo en la presencia de Dios, en el secreto de Jehová, y se agarraba cosas de la Biblia que nadie más sabía, todo un ungido, un sabueso de la unción, decía Dante Gebel, “un sabueso de la unción, dígamen amén… aleluuuuusha”…

Oiga, aquí pensando y ya que estamos en plena fiebre mundialista… los predicadores son como parecidos a los narradores de fútbol, ¿no? Bueno, no sé en sus países, pero aquí en Colombia es muy particular el estilo de esos locutores, ya sea de radio o de televisión, que están en los medios deportivos. Bueno, de todos los deportes, ciclismo, béisbol, boxeo, pero por supuesto el fútbol es el deporte más popular aquí en Colombia, después de la mediocridad jejeje… En eso estamos en la cima… Bueno…

Pero pillen esos narradores de fútbol que usan expresiones todas locas, unas palabras todas rebuscadas, esa entonación toda dramática y exagerada… “Va con el balón por el lateral, evitando que se desborde el esférico, sigue avanzando el colombiano con el número 11 en su camiseta, la joven promesa de la selección tricolor, maneja, controla, saca uno, saca dos, siempre adelante como tus envíos con Servientrega, ahora también recogemos a domicilio…” y va uno y mira y el partido ni siquiera ha empezado, el man está calentando…

Y así también son los predicadores, esas voces todas impostadas, esas expresiones gramaticalmente sin sentido… “Que el Señor les bendiga, hermanos, en esta preciosa y cálida mañana que Dios nos da para venir como su pueblo a alabarle, a exaltarle, a glorificarle…”, que uno ya sabe que este man está haciendo señas para que le pasen las notas que se le quedaron en la silla, cuando empieza a sumarle adjetivos a Dios… “por su grandeza, su majestad, su poder, su misericordia, su mano poderosa que nos ha sacado adelante, que nos llena de gozo, de alegría, de color, como las pinturas Pintuco, el color de la calidad…”

Bueno, los predicadores son una raza extraña, lo sé porque yo fui uno de ellos… yo quisiera que me dijeran, los que me alcanzaron a conocer siendo predicador y los que están en Patreon y escuchen el fragmento de prédica que les voy a dejar, yo quisiera que con toda honestidad me digan si yo también decía tanta maricada jajajaja… Bueno, seguramente sí, porque pues eso se vuelve hasta inconsciente. Pero, insisto con esto, es una puesta en escena, es un performance.

Uno no llega a la tienda a comprar papel higiénico, o no creo pues, quién sabe si el pastor de ustedes sí, pero uno no llega a decirle a la señora de la tienda: “Buenas tardes, vengo en esta preciosa mañana, urgido, constreñido, con una opresión, una carga en mi pecho… más abajo de mi pecho… pero en la Palabra dice ‘venid a mí los trabajados y cargados’ por eso le pido que sea usted proveyendo, que sea usted vendiéndome, que sea yo comprándole un rollo de papel higiénico para mi necesidad, para que sea yo desenrollándolo y sea limpio y purificado mi cuerpo con agua pura en esta hora, dígamen amén”… Parce, eso sería un hit… yo me imagino la cara de la señora de la tienda. Más o menos así debe ser la cara de Dios escuchando a un predicador de esos.

Y bueno, lástima que no haya tiempo para hablar de los músicos, de los líderes de alabanza, porque -ay, Dios mío bendito-, eso sí era cosa sabrosa. Ese es otro ecosistema que tiene mucho material, pero será en otra ocasión, en un live tal vez.

La cosa es que ese performance lo jodía a uno, porque se convertía en algo a imitar, entonces si uno iba a hacer su tiempo devocional, un momento como de reflexión en el día, o en un grupo en casa, compartir un mensaje bíblico, ese tipo de cosas, como que se sentía flojo, sin poder, sin unción, a no ser que hablara como el pastor o el predicador, o si no cantaba como Marcos Witt, hablando así todo medio gringo medio mexicano, “yo te invito a que levantes tus manos en esta hora y le digas a él”… Y uno quedaba ahí atrapado en la mitad, entre ser uno y ser ese otro.

Pero eso no es lo peor, lo peor es que uno aprende a vivir así, eso se convierte en un modelo mental, y después uno cree que irse de la iglesia, liberarse de ese yugo de la religión y burlarse del pastor y hacerle memes y todo eso, uno cree que eso de deconstruirse y de montarse a esa moda de odiar a la iglesia y ser el chico rudo de las redes sociales, uno cree que ya con eso ya logró quitarse de encima esa carga, pero resulta que termina uno imitando a otros modelos, montándose en otras estructuras, con un contenido diferente, en una dirección diferente, pero estructuras al fin y al cabo.

Y entonces termina uno montado en esa vaca loca, que ya lo he dicho hasta el cansancio, de pasarse de una burbuja a otra, de dejar de aceptar todo lo que decían en la iglesia a aceptar todo lo que dicen los influencers deconstruidos en redes sociales. Y termina uno en la misma hipocresía, con otras máscaras, en vez de preocuparse por lo que hay en la esencia. Sigue uno preocupado por dar un fruto deconstruido, que digan “ah, este sí es bien progre, bien aliado del feminismo, vea qué belleza de fruto, ya se burla de la Biblia y no cree en la inerrancia y dice que no hay infierno, una belleza de fruto, este sí se deconstruyó como es”…

¡Y la cosa justamente va por otro lado! La autenticidad de ser exactamente el árbol que uno es, de creer lo que uno quiera, pero porque uno lo pensó, porque así lo siente en su conexión espiritual con Dios y en su vivencia de fe con otras personas, no porque se lo impuso un algoritmo o por quedar bien con el feminismo y con las ciencias bíblicas y con la crítica textual y con la apologética progre y con llevarle la contraria a todo lo que huela a fundamentalismo, sin caer en cuenta que termina uno siendo otro fundamentalista del progresismo y de la deconstrucción y de la izquierda y de lo que sea.

Porque cuando aprendimos a ser, a expresarnos, a enunciar lo que somos en este mundo y lo que creemos, cuando aprendimos todo eso desde las máscaras, desde la actuación, vamos a cambiar de escenario y de fondo y de libreto y de iluminación, pero las máscaras siguen ahí, seguimos siendo hipócritas, seguimos siendo actores, actrices de reparto, siguiendo el guión que escribió alguien más.

Aprendamos la autenticidad, tomémonos el tiempo de mirar pa adentro y asombrarnos y decepcionarnos con lo que encontremos. De desintoxicar los hábitos, el mindset, el cableado de nuestro cerebro, no solamente de cambiar las ideas que aceptamos, sino de encontrarnos con los por qués y quedarnos ahí resolviendo las preguntas que se puedan resolver y aceptando que vamos a vivir con otras que tal vez no vamos a resolver nunca. No caigamos en la trampa de resolverlo todo en cuestión de días, de llegar a conclusiones después de ver dos youtubers y escuchar un podcast y un par de lives en Instagram y ya ahora sí entendí cómo es que es Dios, y el que no se deconstruya como yo es un idiota, porque ahora sí tengo la verdad absoluta, no como antes cuando estaba en la iglesia y creía que tenía la verdad absoluta.

¡No caigamos en esa trampa! Yo veo esa gente, me preocupa, les digo, veo gente que anda por ahí buscando voladuras de cabeza… Y esto se volvió una competencia por quién es más irreverente, por quién sale con la explicación más volada y más rebuscada de cualquier versículo, y bum! Que nos vuele la cabeza… Pero la cosa con eso es que los resultados a largo plazo no se construyen desde una experiencia tan efímera como esa. No estoy diciendo que esté mal la curiosidad, la investigación, la búsqueda. Todo lo contrario, yo vivo y respiro eso, yo ni siquiera soy teólogo o biblista o nada de esas cosas, pero he sido curioso toda la vida, busco, investigo, leo, escucho, pregunto, converso, cuestiono, contradigo… pero eso sale de mi esencia, de lo que soy yo, ese es el árbol Abner Trejos.

Aprendé a encontrar cuál árbol sos vos, si estás cuestionando tu fe, si estás deconstruyendo tus creencias, no te dejes meter el cuento de que tienes que hacer tal o cual cosa, o si no tu deconstrucción no sirve, entonces si te deconstruyes tienes que aceptar el aborto y votar por la izquierda y salir a marchar por la adopción homosexual y quemar las iglesias… o el otro discurso, ¿no? El de los pastores, porque claro, ya ellos tienen que aceptar que el descontento con la iglesia y la curiosidad por otras posibilidades de interpretación son inevitables, pero igual tienen que cuidar su negocio, porque cómo le van a decir a la gente que no tienen que ir a la iglesia obligatoriamente todos los domingos, entonces de qué van a vivir, ¿cierto? 

Entonces ahí también andan los pastores cool, de jeans entubados y tatuajes tribales y look hipster diciendo: “sí, está muy bien la deconstrucción, pero siempre y cuando no te aleje de la iglesia y de tu propósito, porque tu propósito es lo que te digamos aquí, porque ni creas que vas a encontrar tu propósito en otro lado que no sea aquí en nuestra iglesia, donde Dios te ha sembrado como árbol que da fruto en todo tiempo y su hoja no cae, dígamen amén”… ah, no, porque estos ya son todavía más agringados, entonces no dicen “amén” sino “yeah”… “Tremendo esto, yeah, piénsalo, wow, ánimo”…

La autenticidad toma tiempo, porque tiene uno que mirar para adentro. Y uno quiere es mirar pa afuera, a ver que están haciendo los otros y qué les celebran para uno hacer lo mismo. Cambiar ese chip es complicado, pero créanme, vale la pena. Aprendan a convivir con ese silencio también, con la reflexión sobre por qué uno quiere creer lo que va a creer. Y cuestionar y volver a pensar en lo que uno cuestionó, y emputarse con Dios y emputarse con uno y luego volver a pensarlo. Vea, esto ni siquiera se trata de leer o de un ejercicio intelectual, que si uno es del tipo de árbol que disfruta los libros, está muy bien, pero no todas las personas aprenden y aprehenden, se adueñan del conocimiento de esa manera. Tampoco se sientan presionados por esos que suben y suben historias leyendo y con bibliotecas grandes y fotos de páginas de libros que falta ver si habrán leído o es puro visaje también. A mí me gusta leer y la verdad cuando estoy encarretado con un libro lo último en lo que pienso es en sacar el celular para tomarme una foto… pero eso soy yo pues, ustedes sean como quieran jajaja

Crean lo que a ustedes les haga sentido, Dios es tan grande y trascendente que de todo lo que uno crea seguramente ahí alcanza a pegarle a un pedacito de Dios. Rechacen las imposiciones, vivan esa experiencia de fe a su propio ritmo, al paso que ustedes sientan que pueden andar. No por demostrarle nada a nadie, ni porque eso es lo que todo el mundo está diciendo en redes. Las redes son un espejismo, eso ya lo sabemos. Abracemos las contradicciones, está bien creer una cosa y luego dejar de creerla y después volver a pensar que no estaba tan mal como uno lo creía antes… la contradicción es tal vez lo más humano y auténtico que hay. 

Creo que fue Gabriel García Márquez al que le leí una vez que solo un dogmático no se contradice… Ah, esta cita se la mencioné en estos días a Aleja y me prometí que iba a buscarla para grabar este episodio y no la busqué, porque así soy yo, ese es mi fruto jajaja… esperen la busco. “Quien no se contradice es un dogmático y todo dogmático es un reaccionario. Me contradigo a cada minuto y particularmente en materia literaria. Por mi método de trabajo no podría llegar al punto de la creación literaria sin contradecirme, rectificarme y equivocarme permanentemente. Si no fuese así estaría escribiendo siempre el mismo libro.”

Bueno, él lo dice desde su experiencia como creador literario, pero el punto es que en ese proceso de uno construirse de manera auténtica, de descubrir qué es realmente lo que uno sí es, y cómo va a vivir su espiritualidad y su fe, en lo individual, en lo comunitario, eso tiene capas y capas y capas, y está bien verse en su humanidad y en su proceso de ser un poquito mejor cada vez, un poquito más cercano a Dios, si se quiere. Empezando por eso que ya dijimos de cuestionar esa idea de que ser humano es ser indigno, ser corrompido por el pecado de Adán… esas cosas son de las primeras que uno debería replantearse y permitirse cuestionar. Porque sobre ese piso es muy complicado construir algo de valor como persona, porque uno mismo cree que no vale nada.

En fin, el Evangelio a mí me ha apuntado en esa dirección. Ahí yo encuentro ese llamado: “no puede el árbol malo dar buenos frutos” no me dice a mí “si usted es un mal árbol ya está jodido por la eternidad”, al contrario, me invita a plantearme por qué yo soy esa clase de árbol y cómo puedo volverme un árbol mejor. La solidaridad, la entrega, el servicio, la dignificación del ser humano, todo eso está ahí envuelto en esa invitación del Evangelio, de rechazar los escenarios impuestos por la religión, de puros e impuros, santos y pecadores, dignos e indignos… al contrario, en el corazón de Dios, ahí en lo divino que tenemos como sus criaturas, está la idea de devolvernos esa dignidad, de volver a ponernos al mismo nivel, de encontrarnos en la mesa de la gracia, una gracia multiforme, donde cabemos todos y todas.

Bueno. Allá nos vemos. Eso era lo que les quería decir hoy… ¡autenticidad! Sean ustedes y sean felices, que así Dios nos ama.

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