Un relato de ficción basado en Marcos 10:17-22 y Hechos 4:32-37. Ilustración por @panderetamilennial

Uno de los más interesantes descubrimientos recientes de la filóloga alemana Hanne Althaus fue un fragmento de manuscrito que hacía parte de la colección personal del Príncipe Eugenio, donada en su totalidad en el siglo XVIII a la Biblioteca Nacional de Austria en Viena. Un pequeño trozo de lo que alguna vez fuera un códice, que parece provenir de un antiguo monasterio en Valaquia, destruido por el general Buchow en la anexión austro-húngara. Sin embargo, para muchos especialistas, incluida la doctora Althaus, se podría trazar el origen de este texto a una época mucho más remota. En otro de los volúmenes del monasterio, se hace alusión a una crónica de viajes de un misionero cristiano de Chipre, recopilada por su sobrino a finales del siglo I d.C. El fragmento registra una conversación reveladora:

«—…y así seguía prosperando la iglesia, con la ayuda de todos los que éramos de un sentir y de un corazón, a pesar de la hambruna que sobrevino en esos terribles días en Jerusalén.

Habiendo conocido esa historia desde joven, pues se contaba en la iglesia y en mi casa paterna, además Lucas, el Médico, la contaba en sus escritos, y queriendo saber por qué, pregunté a mi tío la razón por la que se movió su corazón a ese acto tan extremo. Todos los años de trabajo del abuelo, la herencia de su comercio con sedas y especias, terminó en manos de nuestros hermanos más pobres. Una acción del Espíritu por mano suya para bien de la iglesia. Esta fue su respuesta:

—Actos más extremos vino a mostrarnos el Maestro. Tú lo viste con tus propios ojos, sobrino querido, colgando de un madero. ¿Insistes en preguntar? Pues te responderé. Tuve una primera ocasión de hacer lo mismo, fue el mismo Maestro quien me lo pidió; mas, entristecido, lo dejé atrás. Era muy joven aún, ¡y cuán justo me creía! Me costó tiempo comprender que el Reino no podría venir sino de nuestras propias acciones en bien de los demás. Me seguía persiguiendo su mirada de amor, porque él, mirándome, me amó. Esa misma tarde, quise volver a buscarlo, para hacerle más preguntas, mas había partido con sus discípulos a otra aldea. Finalmente sucedió lo que a ojos de toda Jerusalén reveló el Camino: el Maestro fue ejecutado y luego anunciada su resurrección. Pasados muchos días me acerqué a sus discípulos, pero incapaz de dejar la inquietud de mi corazón, entendí que el mismo Maestro seguía esperando de mí aquello que me había pedido: «Ve y vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y luego ven y sígueme». De manera que traje el precio de mi heredad a los pies de los apóstoles, y desde aquel día mi nombre fue «el hijo de consolación».

Este relato me contó José, hermano de mi madre, también llamado Bernabé por los apóstoles del Maestro, tal y como lo registro en este libro. Además me contó sobre el primer viaje que hizo con el Apóstol de Tarso, de algunas de las ciudades y puertos en los que predicaron y cómo…»

Mientras continúa la investigación sobre la autenticidad del manuscrito, asunto divisorio aún en la Academia, vale la pena meditar en las implicaciones de la historia, si resultara ser cierta. El tiempo lo dirá.

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