Dos factores clave para para practicar la justicia, en los términos del Reino de Dios: misericordia y humildad.

Pocas veces apreciamos a los profetas en su faceta de activistas sociales. La poesía, el performance, la excentricidad artística, eran recursos que usaban para alzar la voz contra la injusticia y la desigualdad en Israel.

Israel era fuerte y claro: han usado sus posiciones de poder para abusar de los pobres y Dios no está nada contento con eso. Recordemos que la tenencia de la tierra bajo el pacto mosaico era un asunto colectivo. En la narrativa bíblica, Josué había repartido los territorios conquistados en Canaán proporcionalmente al tamaño de las tribus. Cada familia en Israel (a excepción de la tribu de Leví) tenía derecho a una parte de la tierra, para sembrarla y proveer para su familia, además de contribuir a la comunidad.

Con el paso del tiempo, por razones justas o injustas, había familias que tenían mucho y familias que no tenían nada. La guerra, las hambrunas o la mala administración, habían alterado el equilibrio. Y aquí viene el problema que enojaba a Miqueas, porque se le ve muy molesto a lo largo de todo su libro.

Ciertos terratenientes se aprovechaban de su posición de poder para acumular más tierra y, con ella, más recursos. Usaban su privilegio para alterar los linderos de las tierras, falsear las pesas en el mercado y conducir a los menos privilegiados a una mayor pobreza y, eventualmente, incluso a la esclavitud.

En este escenario de desigualdad social, de abuso y de corrupción, Miqueas lanza este oráculo acerca de la justicia: «Lo que Dios demanda de ti es que practiques la justicia, hacer misericordia y ser humilde ante él» (Miqueas 6:8).

Porque solo con misericordia se puede practicar la justicia hacia el menos privilegiado, ponerse en los zapatos del otro y, en lugar de sacar provecho de él, buscar su bienestar, creando un entorno social de protección para los más vulnerables.

Solo con humildad se puede practicar la justicia hacia el que está en una posición más baja que la mía, para darle la importancia que merece su dignidad de ser creado a imagen de Dios, para bajar de mi pedestal y hacer míos sus problemas.

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