La historia del hijo pródigo no se trata solamente del perdón del padre, sino también de la reconciliación de dos hermanos.
Lucas 15 es un hermoso mosaico de parábolas de Jesús donde se habla de cosas perdidas: una oveja, una moneda y dos hijos. Sí, leyeron bien, dos hijos.
Jesús confeccionaba historias de una manera magistral, un storyteller, que llaman en publicidad. Y para entender mejor lo que quería decir con esas historias, ayuda mucho mirar a quién se las contaba y por qué. En este caso, el escenario es que algunos personajes indeseables de la sociedad judía estaban acercándose mucho al popular rabino, lo que no dejaba de sorprender a los defensores de la sana doctrina: fariseos y maestros de la ley.
Entonces, en la composición narrativa del evangelista, Jesús les cuenta un par de historias, una oveja que se pierde y el pastor sale en su búsqueda, dejando otras 99 en el campo; una moneda de plata que se pierde y la mujer la busca por toda la casa. Y luego viene la historia que tanto conocemos y amamos: «Un hombre tenía dos hijos».
A mí me parece que la historia del hijo menor sirve para poner el escenario del encuentro del otro hijo perdido. El que se va a malgastar la herencia regresa y su padre le sale al encuentro. Pero no olvidemos que el padre también sale en búsqueda de su otro hijo, el que está indignado porque su hermano ha sido perdonado y, como si fuera poco, premiado por haber vuelto a casa.
Y me parece que esta historia no es solamente acerca de la gracia de Dios si nos arrepentimos, sino también de la reconciliación entre dos hermanos con maneras muy diferentes de ver la vida y de entender al padre. La gracia del padre hacia el hermano amargado por la fiesta también me parece conmovedora. En últimas, la fiesta también es para él, aunque él no quiera hacer parte porque le parece injusto. Aquí los fariseos y maestros de la ley deberían verse reflejados, y también nosotros si la gracia de Dios nos parece escandalosa.
Este es un tema que aparece en otras parábolas del Maestro. Es que apropiarnos de la gracia para mostrársela a los demás es algo que nos cuesta, porque significa reconciliarnos con el indeseable y aprender a vivir con sus equivocaciones, así como vivimos con las nuestras. Pero solamente haciendo eso habremos entendido de qué se trata el Evangelio.