No necesito discursos motivacionales ni amenazas para hacer el bien. El ejemplo del Maestro debería ser suficiente.

Una de las cosas que más me ha costado renovar en mi mente en mi caminar con el Evangelio es la idea de recompensa y castigo. Haces algo bueno, hay recompensa. Haces algo malo, hay castigo. Claro, hay consecuencias implícitas en las decisiones que tomamos, pero eso es diferente a hacer (o dejar de hacer cosas) por miedo a ser castigado.

Y lo mismo aplica para la idea de las recompensas, coronas, galardones, premios celestiales, «ven, buen siervo y fiel, entra en el gozo de tu Señor», «no tienes aplausos aquí, pero los tendrás en el cielo» y todo ese discurso motivacional alrededor de hacer cosas buenas (como ofrendar, invitar gente al culto, participar con entusiasmo en las actividades de la iglesia, levantarse temprano a orar).

No estoy diciendo que lo bueno que yo haga no tenga recompensa, pero a veces me sentí como chantajeado con las coronas en el cielo para hacer cosas que de otra manera no haría. Aquí también cabría una discusión sobre qué significan esas metáforas sobre coronas y recompensas que aparecen en la Biblia, pero eso lo haremos en otra ocasión.

En todo caso, no creo que sean literalmente coronas de oro con una perla por cada alma «ganada» para Cristo, o cuotas burocráticas en el reinado milenial. A mí me predicaron muchas veces sobre las 5 coronas que había en el cielo: incorruptible, de vida, de gloria, de gozo, de justicia. Solo había que traer a dos amigos, que a su vez trajeran a otros dos… ah, no, eso fue en otra comunidad. Pero era básicamente lo mismo.

El pensamiento que me atraviesa ahora es: ¿y por qué necesito que me prometan coronas para hacer el bien? ¿No es suficiente con ver a mis semejantes como portadores de la imagen de Dios? ¿Eso no es razón suficiente para querer acercarme genuinamente, sin intenciones evangelísticas de por medio, a interesarme por cómo puedo aportar a su bienestar?

Jesús dijo que ver a mi hermano y a mi hermana con hambre, con sed, con frío, sufriente y acercarme a ayudarle, es como si lo hiciera a Él. ¿Acaso necesito otra motivación? Y si él, siendo el Maestro y Señor, no vino para ser servido sino para servir, ¿acaso necesito otro ejemplo?

Dejar una respuesta