«Orar en el Espíritu» hace que la vida de Dios se mueva a través de mí a favor de las personas.

«No se olviden de orar. Y siempre que oren a Dios, dejen que los dirija el Espíritu Santo. Manténganse en estado de alerta, y no se den por vencidos. En sus oraciones, pidan siempre por todos los que forman parte del pueblo de Dios.» – Efesios 6:17 TLA

Gran parte de lo que nos enseñan a creer como cristianos tiene más raíces en el pensamiento mágico que en la mismísima Biblia. Y el caso de la oración es un gran ejemplo de esto. Piénsenlo por un momento. ¿Por qué entre más temprano en la madrugada se ore, más efectiva es la oración? ¿Por qué las palabras rebuscadas y los movimientos rituales y repetitivos (alzar las manos, apretar los puños, menear el cuerpo) en oraciones públicas y privadas? ¿Por qué cubrirse con la sangre de Cristo y recitar promesas de la Biblia, como si de mantras se tratase?

A mí, que me fue negado el maravilloso mundo pentecostal, me explicaron la oración como algo más racional. Excesivamente racional. Todo un proceso burocrático en el que cada persona de la Trinidad cumplía un papel específico en el momento en el que yo cerraba los ojos y empezaba: «amantísimo Padre celestial». Y bueno, ni hablar de cómo usábamos la oración para camuflar cosas horribles de nuestra humanidad. El chisme («yo les voy a contar esto, pero es para que oremos»), la indiferencia («ay, qué triste, estaremos orando por ti, bye») y así por el estilo.

Con el paso del tiempo, y después de desengañarme de casi todo aquello en lo que creía, sorprendentemente sigo creyendo en el poder de la oración. No como un ritual de magia para obtener favores de una deidad, tipo tragamonedas: oraciones entran, bendiciones salen. Ni siquiera como una «conversación» con Dios, porque eso de hablar con Dios a veces sale forzado porque, ¿de qué rayos va a hablar uno con Dios que ya lo sabe todo?

He aprendido a conectarme con lo que hay de Dios en una lectura apasionante, en una voz que canta y me conmueve las entrañas, en la conversación sincera y divertida con gente que quiero, en un rato de juegos con Juan Martín en el parque, en una siestica furtiva con Aleja. En el viento, que es el Espíritu, que es la vida de Dios que respira alrededor de mí.

Y, a estas alturas, yo no sé si Dios estará pendiente de cada detalle específico por el que yo tenga algo que pedirle, el arreglo del carro que tengo que pagar, el aumento que pedí en el trabajo, los planes que tengo para diciembre, el vecino enfermo, la familia de Venezuela o de Afganistán o de la Guajira o de la comuna 13 de Medellín que sufre y que teme por su vida. Pero sí sé que si alguien viene y me dice: «estoy orando por vos», eso encierra un gesto de amor tan bello, que ahí se mueve también la vida de Dios.

Por esa misma razón, sé que orar por los demás, tiene el poder de hacernos por un momento en sus zapatos y que la verdadera oración en el Espíritu no me va a dejar indiferente, me va a mover a hacer algo por cambiar esa realidad. Y por eso, creo que la oración como expresión colectiva de fe «los unos por los otros», como nos enseñó el Maestro: «Padre nuestro», al sacarnos de nuestra apatía y de nuestra comodidad y de nuestro individualismo, puede mucho.

¡Oremos!

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