¿A qué edad descubriste que el pecado de Sodoma que los profetas denunciaron no tiene nada que ver con los genitales?

«Éste fue el pecado de tu hermana Sodoma: ella y sus aldeas se sentían orgullosas de tener abundancia de alimentos y de gozar de comodidad, pero nunca ayudaron al pobre y al necesitado. Se volvieron orgullosas y cometieron cosas que yo detesto; por eso las destruí, como has visto» – Ezequiel 16:49-50 DHH

Sodoma es usada frecuentemente como ejemplo superlativo de pecado y maldad. Y en el imaginario moral cristiano, el gran pecado de Sodoma era su desorden sexual, cosas relacionadas con los genitales y con lugares del cuerpo que no deben tocarse *guiño guiño*.

Este oráculo de Ezequiel es impactante, además de por la violencia de las imágenes que utiliza (que bien valdría la pena una conversación aparte), porque ubica el pecado de Sodoma muy lejos del ámbito sexual. Más bien, le reprocha al pueblo de Jerusalén, que se ufanaba de tener el pacto y la ley de Dios, de ser peores que Sodoma en su indolencia frente las necesidades de los pobres, en su orgullo, en su comodidad y en su soberbia.

Aunque claro, predicar contra la injusticia social y el orgullo no enardece tanto como hacerlo contra las preferencias sexuales de las personas. Sin embargo, el foco de las Escrituras, no solamente en este, sino en muchos otros pasajes, apunta directamente a lo que normalmente no nos escandaliza, a lo que no nos parece tan grave como con quién uno comparte su cama.

Pero, ¿saben qué? Si uno mira con detenimiento el mensaje de los profetas, y del resto de la Biblia, hay un interés consistente por hacernos imaginar un mundo distinto, donde la justicia, la igualdad y la compasión sean el pan de cada día. ¡El reino de Dios!

Un mundo donde los poderosos no se salgan con la suya por ser poderosos, donde no haya razones para que alguien sufra por el hambre, o por la pobreza, o por los impulsos violentos de otro. Donde nos escandalice hasta lo sumo que nuestros semejantes sean violentados, discriminados y abusados.

Donde, por qué no, dejemos de pensar tanto en los genitales de los demás y empecemos a interesarnos genuinamente por sus necesidades.

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