Pero entre ustedes será diferente. El que quiera ser liber entre ustedes deberá ser sirviente.

Jesús pronunció estas palabras en el marco de una historia muy curiosa. Una madre que viene a pedirle posiciones de honor en el reino de Dios para sus dos hijos (Jacobo y Juan, dos de los apóstoles). Es que, a pesar de la insistencia de Jesús en hacernos ver el reino de los cielos como algo sustancialmente diferente a todo lo que en nuestra cabeza podría ser un reino, nos cuesta imaginarlo. En su tiempo algunos imaginaban a Jesús como otro rey David, o como otro Emperador que derrotaría a Roma para imponer su propio gobierno.

Yo aprendí que el reino celestial (¿o milenial?) sería como una gran corte real, con Cristo como rey y sus fieles como gobernantes con nivel de jurisdicción de acuerdo al servicio que hubieran hecho para Dios en vida. Una especie de burocracia espiritual, con coronas, tronos, un gobierno mundial centralizado en Jerusalén, un Jesús con vara de hierro sometiendo a las naciones y aplastando a los pecadores. Básicamente una dictadura bíblica. ¿Cuántos dicen amén?

Y, aunque sería interesante conversar sobre el verdadero sentido de los textos que hemos interpretado literalmente para llegar a esas conclusiones, hoy quiero señalar el hecho de que Jesús específicamente dijo: «entre ustedes será diferente». El reino de Dios es otra cosa, no es una versión glorificada de la monarquía, ni de la democracia, ni del socialismo, ni de nada que los humanos podamos concebir. Está basado en valores distintos, en indicadores de gestión que no coinciden con nuestros estándares de éxito, en modelos de autoridad que no tienen nada que ver con nuestras estructuras de mando.

La compasión, el amor, el servicio a los demás, empezando por los más pequeños como base de este reino es algo a lo que el Evangelio siempre nos llama a regresar. «Venga a nosotros tu reino».

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