Mucho cuidado. No vayamos a terminar confundiendo pacifismo con pasividad.

El camino que Jesús enseñó no es uno de venganzas, ni de retaliación, ni de odios justificados. Por el contrario, el Maestro enseñó, con sus palabras y su ejemplo, a amar al enemigo, a responder al mal con el bien, a orar por los que nos persiguen. A trabajar por la paz.

Ojo a esto. A trabajar por la paz. No a quedarnos orando en la casa para que de alguna manera la paz descienda del cielo. No a anhelar que venga Cristo para llevarnos a las bodas del Cordero mientras aquí se siguen matando entre pecadores.

Una cosa es tomar la bandera del pacifismo, de la no violencia, de la defensa de la dignidad humana, sin colores políticos, ni de piel, ni de identidad. Otra muy diferente es optar por la pasividad, por esconderse detrás de la comodidad de la corrección doctrinal, por no meterse en esas cosas inevitables que son del mundo y que irán de mal en peor hasta que Cristo venga a reinar y a destruir a sus enemigos con vara de hierro.

No creo ser el único que se ha decepcionado con la ausencia de una denuncia frontal y sin ambigüedades de parte de personajes del mundillo evangélico con visibilidad en medios masivos de comunicación frente a los abusos de un gobierno empeñado en deslegitimar la movilización ciudadana. Tampoco creo ser el único que ha visto con desconcierto, y hasta con rabia, expresiones de cristianos en redes sociales o en grupos de chat, que dejan ver una indiferencia que va en contravía del llamado de Jesús. «No nos interesa que la gente tenga una vida mejor, lo importante es que se vayan al cielo». «Deberíamos ocuparnos en las cosas eternas, en lugar de estas cosas pasajeras». «Orar es lo único que podemos hacer».

Hermanos, hermanas, trabajemos activamente por la paz. Por una vida digna para las personas que nos rodean y que no lo pasan tan bien como nosotros. Abordemos los problemas sociales que nos aquejan desde las acciones pequeñas pero poderosas que tenemos a la mano. Abracemos al que sufre, al que es golpeado y rechazado. Movilicemos el amor de Dios hacia los otros desde las acciones solidarias, no solamente desde las palabras o desde la liturgia religiosa.

Y Dios nos llamará hijos suyos.

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