«Amarás a tu prójimo como a tu mismo». Dos relaciones que necesitan ser sanadas en un mismo mandamiento.
«Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.» – Mateo 22:37-40 RVR1960
Que Jesús señalara el amor a Dios como el primer gran mandamiento no fue una sorpresa. Los judíos devotos recitaban esta oración desde que aprendían a hablar: «Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es uno…». Lo realmente impactante es que haya establecido el amar al prójimo como «semejante», al mismo nivel que el supremo amor por el Señor. ¡Un empate técnico!
Más adelante los autores del Nuevo Testamento reflexionarían sobre ese amor al prójimo, estableciéndolo como la muestra visible de una relación real con Dios. «No olvidemos que primero hay que amar a Dios…», advierten algunos, muy preocupados, como si hubiera otra manera de amar a Dios que no sea por el amor a los hermanos y las hermanas.
A mí me causa curiosidad, además, la relación que aparece en esa idea respecto al amor propio: «como a ti mismo». Es como si Jesús quisiera dar a entender que hay que sanar la relación conmigo mismo para poder tener relaciones sanas con los demás. Y tiene mucho sentido, si uno piensa en que muchos de los prejuicios y temores que se proyectan hacia los demás tienen origen en nuestras propias inseguridades y heridas internas.
¿Hasta donde el remedio para la falta de compasión y de amor por otros requiere primero de mi propia sanidad? Con razón en el proyecto de Jesús tuvo tanto protagonismo ese escandaloso acercamiento a las personas rechazadas, a esas que no valían para nadie, que no eran más que una serie de adjetivos en la cabeza de las gentes de bien: los pecadores, los inmundos, los de mala vida.
Porque el reino de Dios ofrece dignidad y significado, nos pone nuevamente en la posición que Dios tenía en mente al crearnos. Solamente desde allí podremos ofrecerle esa dignidad a los demás.