Hace un tiempo tuve la oportunidad de visitar el Palacio de la Inquisición en Cartagena, Colombia. Me dejó muy impresionado de esa visita hasta dónde nos ha llevado como especie la incapacidad de aceptar que otros piensen distinto. Libros prohibidos, ideas prohibidas, pensamientos prohibidos…
La inquisición fue terrible y es un ejemplo extremo de algo que persiste hoy en día a nuestro alrededor. No tenemos calabozos físicos en nuestras iglesias para torturar a los que van en contra de la sana doctrina (es decir, las conclusiones teológicas avaladas por nuestra denominación), pero sí abundan los inquisidores y defensores a ultranza de la verdad.
En las redes sociales en particular se puede evidenciar esa carencia de una empatía que reconozca en el otro una suma de procesos de vida que le han llevado a creer como cree, a pensar como piensa, a sentir como siente. Tan fácilmente ridiculizamos, condenamos y violentamos al que deberíamos estar escuchando.
Ojalá algún día aprendamos a ser luz, no hoguera.