«E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne…» (1 Timoteo 3:16 RVR)

¿Cómo podríamos comprender que el Dios eterno quiera hacerse como uno de nosotros? ¿De qué manera podría nuestra mente finita abarcar la complejidad de esa idea? Juan trata de ayudarnos haciendo ver a Cristo como «el Verbo», aquel por medio de quien todo fue creado. Así como nuestro pensamiento intangible se materializa cuando lo expresamos por medio del lenguaje, en Jesús se reúne todo lo que Dios quiere comunicarle a la humanidad.

Sin embargo, sigue siendo un misterio y como tal lo apreciamos. ¿Quién es este niño que está envuelto en pañales, acostado en un pesebre? No se trata simplemente de un profeta más, o de un niño muy especial, o del último heredero de la dinastía de David… Es Dios que se hace carne, que se une a nuestras experiencias terrenales, a nuestras limitaciones, a nuestras miserias, a nuestra lucha por el pan de cada día.

Es Dios que viene a mostrarnos que no se ha rendido en su propósito de acercarnos a Él y, justamente por eso, se acerca a nosotros de la manera más extrema posible: volviéndose hombre. Y lo consigue, ahora a través de Él podemos también nosotros ser declarados hijos de Dios, y no se avergüenza de llamarnos sus hermanos. ¡Maravilloso misterio!

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