Ustedes sirven a Dios como sacerdotes santos, y por medio de Jesucristo ofrecen sacrificios espirituales agradables a Dios.

Yo crecí escuchando hablar de los músicos en la iglesia con una terminología prestada en parte del Antiguo Testamento que siempre me pareció muy curiosa: levitas, salmistas, adoradores.

Se veía a los músicos como una especie de élite espiritual, responsables de abrir los cielos para que el pueblo pudiera alabar. Ah, y también de acompañar la parte final de la prédica con una progresión G-Em-C-D repetida ad infinitum, la ministración.

Todo ese lenguaje y esa simbología para darles una categoría especial a ciertas personas de la iglesia me parece que deja en un segundo plano una verdad esencial del evangelio: que en Jesús todos y todas somos igual de cercanos a Dios.

En la primera carta de Pedro se utiliza la imagen del sacerdocio, muy familiar para los judíos, precisamente para enfatizar esa idea. Ya no necesitamos intermediarios, ya no hace falta que alguien más preparado, mejor vestido, más experimentado que nosotros, nos lleve a la presencia de Dios, haga descender el fuego, pida que se derrame la unción. En Jesús, por medio de Él, somos aceptados.

Todos y todas tenemos el mismo Espíritu y la misma vocación, vos y yo somos sacerdotes. ¡Qué gracia! ¿No les parece?

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