Todos los cristianos estamos de acuerdo en que la Biblia es la Palabra de Dios, infalible y completa… ¿verdad? Bueno, realmente hay muchas preguntas que no están ni cerca de considerarse resueltas y vale la pena traerlas a la mesa. En este episodio conversamos sobre el canon, la inspiración y el enfoque de Jesús sobre el valor de las Escrituras.


Temas en la conversación

  • 00:00 | Introducción
  • 00:58 | El peso de autoridad de la Biblia como palabra de Dios
  • 05:03 | Notas sobre la definición del canon bíblico
  • 11:17 | El asunto de la inspiración y la inerrancia de las escrituras
  • 17:07 | Jesús, la palabra encarnada
  • 24:19 | El carácter y la relación con Dios por encima de la letra

Frases destacadas

Hay una discusión de fondo teológico que plantea esta pregunta en términos de si efectivamente la Biblia es, de una manera llamémosla ontológica, la palabra de Dios, o solamente contiene la palabra de Dios.

Porque el asunto del canon no fue una cosa que se resolvió con intervención de ángeles, fue una discusión real que tuvo lugar entre personas de carne y hueso…

Esa idea de la Biblia de 66 libros es una visión muy limitada de lo que ha sido el proceso histórico de aceptación del canon.

¿La inspiración de las Escrituras es verbal? ¿Lo que está escrito en las Escrituras son palabras textualmente dichas por Dios? ¿Dictadas de alguna manera a los autores humanos?

Lo que Dios tenía para decirnos está expresado de una manera perfecta en Jesús, el ser humano de carne y hueso que habitó en el siglo I entre esas regiones de Galilea y Judea, y de la cual dan testimonio los evangelios que nosotros aceptamos como inspirados.

Lo que pasa es que el verdadero llamado del Evangelio está muy por encima de las conclusiones doctrinales a las que yo he llegado. El verdadero llamado del Evangelio está amarrado al servicio, al sacrificio, a la entrega por el otro. Incluso, a tener un carácter que le muestre a los demás lo que está escrito en la Biblia, porque muchas personas no van a leer una Biblia jamás.


Notas del episodio


Transcripción

Hoy es agosto 25 del año 2020. Este podcast se llama Notas Sueltas y dice así.

[SUENA MÚSICA INTRO]

Bueno, les doy la bienvenida al cuarto episodio de Notas Sueltas, el podcast del Cancionero Cristiano. Les cuento que el episodio del día de hoy va a girar en torno a un tema que, la verdad, es bastante álgido pero que es central a la fe cristiana y es: ¿qué significa la Biblia para los creyentes? Pues muchas preguntas y muchas dudas que de alguna manera damos por sentadas, pero que no están tan resueltas como nosotros creemos. Y por eso, el título del episodio de hoy es: «Como dice Dios en su palabra».

Esa es la justificación a muchísimas de las cosas que creemos y que hacemos en nuestra vida diaria o también en nuestras iglesias, en nuestra vida de comunidad. Cómo funcionan las cosas en las comunidades cristianas tiene mucho que ver con cómo las justificamos contra lo que está escrito en la Biblia. Y bueno, dependiendo de las diferentes denominaciones, pues esto tendrá más o menos peso. Para algunas es la Biblia una autoridad final, final y no va más, y no tiene ninguna discusión ni hay nada que complementarle. Para otras corrientes cristianas de pronto hay una intepretación un poco más libre, hay otras fuentes de revelación, como de manera sobrenatural Dios puede hablar por medio de un sueño, o por medio de alguna profecía particular.

Incluso, hay otras corrientes del cristianismo que le dan peso también a la tradición de la iglesia, como es el caso del catolicismo y otras corrientes con una jerarquía institucionalizada, muy fuerte, que establece o dictamina de forma vertical lo que se va a practicar y se va a aceptar como cierto con respecto a la interpretación de la Biblia para todos sus fieles.

En todo caso, podemos irnos hacia atrás y empezar con varias preguntas que pueden surgir mucho en las conversaciones cuando estamos pensando acerca de la Biblia como palabra de Dios. Una de ellas es, por ejemplo, ¿es la Biblia realmente la palabra de Dios? Y no tomemos la respuesta tan a la ligera, porque suponiendo que la conversación la estamos entablando entre cristianos, uno pensaría que todos estamos de acuerdo en que la Biblia es la palabra de Dios, pero eso no es tan así. Hay una discusión de fondo teológico que plantea esta pregunta en términos de si efectivamente la Biblia es, de una manera llamémosla ontológica, la palabra de Dios, o solamente contiene la palabra de Dios. Y la respuesta a esto pues obviamente tiene un montón de ramificaciones muy interesantes.

Yo me crié… y siempre vuelvo a las historias porque pues la idea de estas conversaciones es traerlas desde el foco de lo vivencial, entonces yo siempre regreso a mi infancia, porque yo nací en un hogar cristiano, en un hogar donde mi papá era predicador y misionero, mi mamá era maestra de escuela dominical, y bueno… una cantidad de cosas en ese ecosistema de mi familia y de la iglesia que permearon mucho mi pensamiento y mi manera de entender a Dios y de entender la fe y de entender la Biblia desde que era un niño.

Entonces, cuando yo era un niño, recuerdo que todas las noches, sin falta alguna, nos sentábamos mi papá, mi mamá y yo, yo fui el hijo único por ocho años y luego cuando llegaron mis hermanos pues esta escena se repetía ya con las niñas en casa, pero cuando yo era muy niño solamente éramos nosotros tres, y leíamos un pasaje de las Escrituras. Teníamos un tiempo, digamos, de reflexión, de meditación y orábamos juntos, era el tiempo devocional. Pero entonces en ese contexto yo aprendí a entender y a apreciar las Escrituras, lo que estaba ahí escrito, como la palabra de Dios, porque fue lo que me enseñó mi papá, lo que me enseñó mi mamá.

No la reverenciábamos de una manera litúrgica, como sí sucede en otros ambientes. Por ejemplo, las primeras veces que estuve en una misa católica, y que puse atención, me pareció bien curioso cómo el sacerdote manipula y trata el objeto, la Biblia, el objeto físico del que se lee la palabra de Dios. Incluso, hay algunos momentos o algunos rituales, todavía no he entendido muy bien, ahí necesitaría la ayuda de mi esposa que me explique mejor, o de algún amigo católico que se digne a contarme cómo funciona, pero en algunos momentos o no sé si en algunas fechas especiales, se hace una especie de desfile en el que entra alguien cargando el libro y va pasando adelante como una persona con incienso. O sea, hay unos rituales muy interesantes alrededor de la Biblia como objeto.

En todo caso, hemos aprendido a venerar la Escritura, ya sea lo que está escrito, ya sea el objeto propiamente hablando. Y, en todo caso, el respeto y la veneración vienen de esa idea de que ahí está la palabra de Dios, es lo que Dios dijo, en esos 66 libros… porque son 66, ¿cierto? Y ahí empezamos con el primer inconveniente y es: cuáles son los libros que constituyen esa palabra de Dios escrita. Porque el asunto del canon no fue una cosa que se resolvió con intervención de ángeles, fue una discusión real que tuvo lugar entre personas de carne y hueso, y que tuvieron que decir: «bueno, este libro entra o este libro sale»… bueno, no fue así pues literalmente, estoy exagerándolo obviamente para efectos narrativos.

Pero sí, por allá por el siglo II aparece un personaje que se llamó Marción, que proclamaba una doctrina pues bastante controversial y que, finalmente, fue declarada herética. Y para justificar su doctrina y su versión del evangelio, pues él escogió algunos de los libros que para ese entonces ya estaban circulando entre las comunidades cristianas primitivas, y escogió uno de los evangelios, creo que fue el evangelio de Lucas, y algunas de las epístolas paulinas. Y entonces este señor, como no había un concepto institucional de la iglesia cristiana con respecto a cuáles libros sí eran inspiración divina y cuáles no, o cuáles eran aceptados al menos como tal, pues este señor Marción aparece con esta selección, obviamente sesgada para sus objetivos teológicos y de predicación y de difusión de sus doctrinas. Y entonces la iglesia tiene que sentarse a decir: oiga, pero entonces, verdad.. ¿cuáles sí son los libros inspirados?, ¿cuál va a ser nuestro texto sagrado? Porque los judíos ya tenían más o menos claramente definido cuál era su Antiguo Testamento, pero entonces ahora que tenemos una revelación distinta y como cosas que anexarle a ese fondo doctrinal y a ese fondo inspirado por Dios sobre el cual vamos a construir la fe cristiana, ¿entonces cuál va a ser nuestro libro sagrado?

No sé en qué términos se habrá dado la conversación, pero obviamente pues fue un proceso bastante largo y fue un proceso del que no salió todo tan uniforme como nosotros esperaríamos. Partamos de que el mismo canon del Antiguo Testamento no estaba unificado, por ejemplo, si comparamos lo que aceptaban los judíos, que luego aceptaron por igual los cristianos, con respecto al canon samaritano. Recordemos que el pueblo samaritano fue un pueblo que se desarrolló de manera paralela posterior al exilio del reino del norte, por allá en el año 700 AC, alrededor de esa fecha, y después de esa época en la que los asirios arrasaron todo ese reino de Samaria, eso fue repoblado por personas que quedaron de los habitantes del pueblo de Israel con otros pueblos vecinos, y se formó ahí como una especie de mestizaje que luego generó una división bastante fuerte y de un corte incluso peyorativo y feo entre los judíos y los samaritanos.

Para el tiempo de Jesús pues incluso eso es de carácter proverbial, el mismo Jesús utiliza la figura de un samaritano que ayuda a un hombre herido en el camino de Jerusalén a Jericó, ¿recuerdan? La parábola del buen samaritano. Al mismo Jesús, incluso, a manera de insulto, se registra en el evangelio de Juan que le dijeron: «eres un samaritano». Y en todo caso, los samaritanos desarrollaron como cierta teología no necesariamente armonizada con la teología que se desarrolló después del exilio en los territorios del sur, es decir, entre los judíos. Y entonces pues fruto de eso hay un canon diferente de libros inspirados aceptados como tal por los samaritanos y los que fueron aceptados por los judíos y, posteriormente, por los cristianos.

Ahora bien, los católicos y los ortodoxos aceptan dentro del canon del Antiguo Testamento otros libros adicionales, como el libro de Judit, los libros de Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico, creo que tambien hay unos textos adicionales en un par de libros, en Daniel, en Ester. Y los ortodoxos tienen otro par de libros más, los católicos tiene 1 y 2 de Macabeos y los ortodoxos tiene 3 y 4 de Macabeos. Y estamos hablando de los ortodoxos como un gran conglomerado, porque dentro de ese mundo del cristianismo oriental pues los ortodoxos rusos aceptan otros libros, los ortodoxos etíopes aceptan, por ejemplo, el libro de Enoc, un libro conocido como el libro de los Jubileos. Hay una Biblia que se llama la Biblia Siríaca, que también tiene unos textos adicionales.

En todo caso, esa idea de la Biblia de 66 libros es una visión muy limitada de lo que ha sido el proceso histórico de aceptación del canon. Para el tiempo de la reforma protestante una manera de desmarcarse con respecto al catolicismo fue la discusión respecto a algunos de esos libros, que luego fueron llamados «deuterocanónicos», esos libros del Antiguo Testamento. Para ese entonces, el canon del Nuevo Testamento digamos que estaba ya ampliamente aceptado.

Sin embargo, un dato curioso es que Lutero peleó bastante con algunos libros del Antiguo Testamento y con algunos pasajes del Nuevo también, no creo que le haya simpatizado mucho algunos de los escritos de Santiago que hacen ver las obras como un componente fundamental de la vida de fe, cuando la teología de Lutero se centró en la «sola fe». Hay anécdotas al respecto, no sé qué tan fidedignas serán. Pero también se cuenta que Lutero luchó bastante con la idea de aceptar el libro de Ester en el canon, por el hecho de que no se menciona el nombre de Dios directamente en el texto. Y bueno, son cosas anecdóticas, pero vale la pena conocerlas.

¿Cuántos libros entonces son los inspirados por Dios?

Ahora bien, si uno se va hacia los libros que quedaron por fuera del canon, también encuentra un material bastante interesante. Puntualmente, estoy pensando en un libro conocido como la Didaché, o la enseñanza de los Doce, que contiene unos textos muy lindos, algunos de ellos muy cercanos a las fuentes de las que provinieron los evangelios sinópticos, por lo cual pues nos pueden parecer muy familiares. Aunque quedó por fuera del canon «oficial» del Nuevo Testamento, creo que vale la pena que todo cristiano alguna vez lea y medite en esas palabras de la Didaché.

Pero entonces, ¿hasta dónde llevamos la calificación de inspiración para decir si un libro es canónico o no lo es? Y, ¿qué significa eso de la inspiración, además? Porque, por ejemplo, en el caso mío, cuando yo era un niño me explicaron que eso que estaba escrito era lo que Dios había dicho, lo que Dios dice en su palabra… ¡así dice Dios en su palabra! Entonces, ¿por qué las hermanas no pueden predicar? No, es que así lo dice el Señor en su palabra. Bueno, ¿y entonces por qué nosotros hacemos estas cosas que los católicos no hacen? Ah, porque es que así lo dice Dios en su palabra. ¿Cómo sabemos que eso es lo que dice Dios en su palabra?

Porque el asunto de la inspiración sí que ha tenido diferentes vertientes de interpretación, dentro de lo teológico, y ni hablar de lo filosófico. ¿La inspiración de las Escrituras es verbal? ¿Lo que está escrito en las Escrituras son palabras textualmente dichas por Dios? ¿Dictadas de alguna manera a los autores humanos? Si uno le pregunta a personas de corte fundamentalista, sin dudar van a responder que sí, que todo lo que está ahí escrito es lo que Dios quiso decirnos. Pero eso plantea diferentes problemas, como por ejemplo el tema de la infalibilidad. Si esto es lo que dijo Dios, pues asumimos que Dios no se va a equivocar, es decir, eso quita la posibilidad de que lo que esté ahí escrito contenga de cierta manera errores, o ambigüedades, o cosas que no cuadren…

Y bueno, ese es un tema bastante amplio, hablar de las contradicciones en el texto dentro de lo dogmático, dentro de lo doctrinal, y muchísimo más si nos vamos a ver lo lingüístico, sobre todo porque de un par de siglos para acá pues se ha desarrollado toda una ciencia alrededor del texto bíblico y unos estudios que arrojan muchísima más luz acerca de los estilos literarios, acercas de las formas lingüísticas y de todo lo que eso nos dice con respecto al contexto social, político, cultural de los autores que escribieron lo que nosotros tenemos ahora en las Sagradas Escrituras.

Y, hablando de la infalibilidad, pues eso plantea preguntas como por ejemplo, cuando Jesús dijo: «la semilla de mostaza es la semilla más pequeña que existe», pues no sé hasta dónde eso puede verse como algo infalible o más bien es una figura retórica, una especie de figura literaria, una hipérbole, digamos. Porque sabemos que hay semillas mucho más pequeña que la mostaza, de pronto era la semilla más pequeña en ese entonces, o de pronto era la semilla más pequeña que conocían los campesinos que lo estaban escuchando. Yo qué sé.

En todo caso, eso es un tema menor si lo comparamos con otros textos que, por ejemplo, parecen insinuar que Dios envía el mal, porque esto plantea una discusión mucho más profunda. ¿De dónde viene el mal? ¿Lo produce Satanás, lo produce el mismo hombre o lo produce Dios? Hay pasajes en la Biblia que parecen insinuar que Dios envía el mal, por ejemplo cuando aparece en una guerra el rey Acab y viene Micaía, el profeta, y le dice: «yo vi a los espíritus delante de Dios y Dios dijo: ‘necesito uno que sea un espíritu de engaño y vaya e intervenga en ese consejo del rey Acaba para que él vaya a la guerra y muera'». Dios enviando espíritus de engaño. O cuando Dios envía un espíritu para que atormente a Saúl. O cuando Dios tienta a David para que haga un censo, que entre otras cosas, en una versión dice que es Dios y en otro de los libros, creo que es en Crónicas, dice que es Satanás.

¿Dónde queda el tema de la infalibilidad cuando entramos a interpretar estos textos? No estamos con esto tratando de socavar la autoridad de las Escrituras, pero sí poniendo en la mesa preguntas que vale la pena analizar y que no son tan sencillas sacar del paso.

Y bueno, si nos vamos a cosas más prácticas, ¿qué hacemos, por ejemplo, con los reclamos respecto al machismo en el contexto de las Escrituras? En cómo se ve obviamente una superioridad patriarcal y masculina dentro de toda la revelación de las Escrituras, y de cómo las mujeres aparecen siempre en pasajes secundarios, con unos papeles de reparto. E incluso en la misma formación de la iglesia aparecen ese tipo de instrucciones que tantos dolores de cabeza nos han dado para interpretar, como por ejemplo «las mujeres callen en la iglesia» o «no permito a la mujer enseñar ni ejercer autoridad».

Todos esos temas vienen, obviamente, a nuestra mente cuando empezamos a hablar de la infalibilidad. ¿La Biblia no se equivoca? ¿Debemos leerla con un filtro que dicta que si la Biblia lo dice es porque así es? O, más bien, ¿debemos aplicarle un filtro que diga es que hay que entenderlo dentro de la cultura, hay que entenderlo dentro del contexto inmediato que fue escrito y los destinatarios originales que recibieron esas palabras? Esa es una pregunta que yo no voy a resolver acá, pero es una pregunta que existe y que plantea un problema con respecto al tema de la inspiración de las Escrituras.

Hay otras corrientes dentro de la teología. Por ejemplo, Karl Barth, un teólogo alemán que es el responsable de una corriente teológica conocida como la «teología dialéctica», tiene ciertos acercamientos muy interesantes respecto a este «problema», llamémoslo, de la inspiración. De acuerdo a esta corriente teológica pues no hay inconveniente tenga ciertas falencias o errores, por decirlo de alguna manera, siendo que Dios quiso revelarse a sí mismo a través del lenguaje humano y este lenguaje humano tiene limitaciones y tiene falencias y no es suficiente para abarcar la infinitud de Dios. De aquí viene también una visión muy curiosa de otra corriente que se llaman los neo-ortodoxos, que plantean que la Biblia es la Palabra de Dios, pero no son palabras de Dios. Es decir, Dios utiliza las palabras humanas para manifestar su Palabra.

Y bueno, en algunos círculos más conservadores que no se atreven a tanto, a llevarlo hasta tan allá, pues se habla, por ejemplo, de la «inspiración progresiva», de cómo poco a poco se fue construyendo un conocimiento de Dios y los autores razonaban y escribían, y recibían la inspiración divina en virtud de esa revelación que había disponible. Y poco a poco esa inspiración se fue construyendo y se fue desarrollando hasta llegar a conocer de una manera más perfecta a Dios.

Eso tiene muchos matices y tiene diferentes corrientes pero, en todo caso, la conversación que quiero abrir y la reflexión a la que quiero invitar es: cuando decimos que la Biblia es la palabra de Dios, cuando afirmamos «esto es lo que Dios dice en su palabra», esa expresión tiene un peso teológico e histórico detrás bastante fuerte y no es inteligente que lo ignoremos.

[Suena intermedio]

Ahora tenemos que incorporar a esta conversación a la persona de Jesús.

Jesús es presentado en el evangelio de Juan como la Palabra de Dios. El primer versículo de este evangelio es muy conocido, seguramente ustedes han escuchado o conocen de memoria estas palabras: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… este Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». La idea de Jesús como el Verbo de Dios es una idea que tiene una riqueza impresionante, sobre todo si nos adentramos en lo que significa la palabra «logos» en la mente de las personas de esa época, y alrededor de la cual se fundamenta todo el discurso de ese primer capítulo de Juan y, de hecho, el resto del evangelio. Es una afirmación central en la fe cristiana, porque creemos que Jesús es Dios encarnado, pero de cierta manera él refleja el carácter y el pensamiento de Dios. Lo que Dios tenía para decirnos está expresado de una manera perfecta en Jesús, el ser humano de carne y hueso que habitó en el siglo I entre esas regiones de Galilea y Judea, y de la cual dan testimonio los evangelios que nosotros aceptamos como inspirados.

Los cristianos aceptamos que Dios es real y que Dios quiere comunicarse con nosotros. Y hasta cierto punto he visto también en algunas personas como una falta dicotomía -yo me atrevo a llamarla así- entre si Jesús es la palabra de Dios o la Biblia es la palabra de Dios. Yo creo que ese es un debate innecesario porque sabemos que en la Biblia Dios nos habla, Dios se dirige a nosotros de una manera especial a través de lo que está escrito en la Biblia y también se dirigió a nosotros de una manera perfecta a través de su Hijo, Jesucristo. Incluso, no son las únicas dos opciones que tenemos. La Biblia también dice que Dios nos habla a través de la creación, que las cosas hechas manifiestan su poder y deidad, que una persona que no conozca a Jesús ni conozca la Biblia, con solo ver la creación debe ser capaz de intuir ahí un mensaje de que hay un Dios, de que existe un ser superior.

Incluso, nosotros mismos somos llamados palabra de Dios. La palabra de Dios habita en nosotros, somos cartas leídas, y hasta cierto punto nosotros mismos somos también transmisores de ese mensaje que no está solamente escrito en papel sino que se hace vida en nosotros. Pero esto lo vamos a hablar de una manera más cercana al final de este episodio.

A mí me llama mucho la atención es la manera en la que Jesús, por un lado, interactuó con la Escritura, y también las afirmaciones que él hizo con respecto a lo que nosotros deberíamos hacer con la Escritura. Claro, para el tiempo de Jesús pues existía solamente la Escritura judía, pero en los relatos de los evangelios aparece de una manera especial Jesús citando las Escrituras, en boca de Jesús es puesta, por ejemplo, la siguiente afirmación: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Incluso esa escena tan famosa de la tentación en el desierto, en la que Jesús contesta con la sentencia: «escrito está». O cuando el mismo Jesús, según el testimonio de los evangelistas, acude a las profecías del Antiguo Testamento para decir «según lo que está escrito». Es decir, Jesús mismo afirmaba por un lado que lo estaba escrito ahí era cierto, y por otro lado que él era el cumplimiento de eso que estaba escrito.

Pero lo que me parece muy interesante es que Jesús siempre puso por encima de la letra y de lo escrito, siendo los judíos un pueblo tan celoso de la revelación de Dios, pero Jesús siempre puso por encima el carácter y la relación con Dios más importante que el conocimiento o la cercanía con las Escrituras. Incluso, digámoslo de cierta forma, Jesucristo lo que hizo fue que trajo a la gnete del vulgo, a la gente que no tenía preparación, a la gente que no tenía mayor contacto con lo escrito, las verdades de Dios en un lenguaje que ellos pudieron entender de una manera más cercana. Y las historias que Jesús contaba, las ilustraciones y los ejemplos que les daba, y la manera en la que él les enseñaba, ellos reconocían que había una autoridad a pesar de que era diferente a lo que les decían los escribas y los intérpretes de la ley, que claro está, hablaban según las sentencias que estaban ya escritas.

Y eso plantea una reflexión muy interesante, porque muchas veces yo he escuchado decir que el cristianismo es «el pueblo del libro», y es como si la Biblia fuera el centro de nuestra fe cristiana. Y de pronto ahí es donde nace ese debate entre si es más importante la Biblia o Jesús, pero es que la Biblia nos muestra a Jesús, pero es que Jesús es el Señor y entonces no podemos caer en bibliolatría… y yo creo que esa tensión entre lo que la Biblia nos revela acerca de Jesucristo y nuestra relación con el propio Jesús, se resuelve de una manera que a mí me parece muy sencilla: por encima de lo que está escrito, de lo que yo sepa, de lo que yo entienda o de lo que yo sea capaz de interpretar, está lo que yo realmente vivo acerca de lo que Jesús me enseñó. Y el mismo Jesús lo dice, en las enseñanzas que él daba.

Por ejemplo, en estos días leyendo el evangelio de Lucas aquí en casa con mi esposa, llegamos a la parte donde Jesús dice: «Mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de Dios». Y también cuando él cuenta la historia de los dos hombres construyendo casas, y entonces uno construye su casa sobre la arena y esta se cae cuando viene la tormenta, y otro construye y fundamenta su casa sobre la roca y esta permanece. Y la enseñanza práctica de Jesús es: así es el que oye mis palabras y no las cumple, es como el de la arena, o las pone en práctica, y ese es el de la roca. Y miren que siempre todo se reduce a eso. No se reduce a si entendimos o no, a si le dimos el contexto adecuado o no, a si entendimos si esto era progresivo, verbal, limitado, si era neo-ortodoxia o dialéctico… sino a sí lo hicimos o no.

Yo me pongo a pensar hasta dónde los cristianos a lo largo de la historia han podido tener acceso a la Biblia como nosotros lo tenemos en este momento. Porque también pensemos en esto, una de las herencias muy valiosas de la Reforma fue traer las Escrituras al alcance de todos, y los movimientos reformadores en Europa generaron una cantidad de traducciones de las Escrituras que hasta ese entonces estaban al alcance de una élite intelectual y religiosa. Y al traducir esas Escrituras a lenguajes del pueblo, pues cualquier persona que supiera leer podía acceder al estudio de las Escrituras. Y sin embargo, un fenómeno muy interesante que yo noto en este momento, es que hasta cierto punto estamos volviendo a elevar el estudio de las Escrituras hacia esa élite de la erudición. Como que ahora no es suficiente con tomar un pedazo del evangelio y leerlo y meditar en la mañana en mi casa para ver esto qué me dice a mí. Sino que tengo que saber griego y también entender el contexto historiográfico, y también tener claridad con respecto a las costumbres, y a la cultura, y a la geografía, y a la moneda que circulaba en esa época, y a los dichos, y a la agricultura… y todo lo demás que constituye esas discusiones con respecto a la interpretación de un versículo y si sí dice lo que nosotros creemos que dice, o si dice otra cosa completamente diferente. Y me preocupa un poco que esto termine en que prácticamente hay que tener una cantidad de títulos teológicos para poder acceder a lo que la Biblia quiere decirnos.

¿Cuántos cristianos habrán podido acceder a la Biblia de esa manera? La verdad, creo que muy pocos. Y entonces por eso creo que es tan interesante que Jesús reduzca el énfasis en su enseñanza más en el obedecer que en el entender. Más que entender las Escrituras, más que un conocimiento intelectual, más que una aceptación doctrinal, lo importante es qué tanto de eso yo estoy obedeciendo. Yo puedo sentarme a hacer un análisis filológico, historiográfico, cultural y antropológico del Sermón del Monte, pero si no soy capaz de perdonar como dice Jesús en esas enseñanzas que yo debo perdonar a mi prójimo, entonces de nada me sirve. Ese énfasis en el carácter por encima del conocimiento es algo que también debemos restacatar, porque nuevamente hemos puesto el foco en el saber.

En la iglesia en la que yo me crié, la autoridad eclesial estaba conformada por un grupo de ancianos, personas que tomaban las decisiones y tenían la responsabilidad pastoral y administrativa de la iglesia. Y esto era, obviamente, justificado en un modelo del Nuevo Testamento según el cual no había un pastor asalariado, sino que había un grupo de personajes llamados obispos, ancianos o pastores -en plural- en las iglesias locales. En todo caso a lo que voy es que cuando yo crecí, empecé a entender que las personas que llegaban a esas posiciones de liderazgo no lo hacían en virtud de su carácter como aptitud para ese ministerio, y de hecho, la justificación que se daba para escoger ancianos en las cartas pastorales pues tendría que estar muy amarrada a las virtudes o al listado de requisitos que se da en ese texto con respecto a quién quiere ocupar el obispado.

En ese texto de 1 Timoteo, que también se repite después en Tito (creo), aparece una lista de exigencias bastante complejas. Básicamente una persona que quiera ser líder en la iglesia tiene que ser un modelo de rectitud, de madurez y de integridad cristiana. Y, sin embargo, lo que yo veía en algunas de esas comunidades, es que se ponderaba mucho más, por ejemplo, la capacidad de oratoria, la capacidad de predicar, el conocimiento bíblico, o no sé, digamos, la formación teológica, por encima de esas cualidades del carácter. No nos digamos mentiras, muchas de las personas que ostentan el rol de un líder en las iglesias cristianas, pues digamos que llegaron allá porque predican bien.

Pero pongamos otro ejemplo que esté más cercano a nosotros, porque yo no soy pastor ni soy anciano, ni lo seré nunca, y es en los debates en redes sociales. Hay un versículo en 1 Pedro que dice que debemos estar siempre preparados para presentar defensa de la fe. Y de ese texto sale incluso toda una rama de estudio de la fe cristiana que se conoce como Apologética. La apologética es, básicamente, una licencia para matar. Entonces vos salís con unos argumentos a buscar quién está escribiendo cosas en Facebook que no están de acuerdo a la sana doctrina y ¡pum! le caés.

Pero una cosa interesante cuando yo analizo ese versículo es que Pedro dice que debemos estar preparados, esa es una virtud de conocimiento, una virtud de estudio, porque la preparación toma tiempo y tiene cierto esfuerzo intelectual y, bueno, pues no es de la noche a la mañana que se prepara uno para defender la fe. Pero luego sigue diciendo que eso debe hacerse con mansedumbre y reverencia, y mansedumbre y reverencia ya son una cuestión del carácter, no tienen mucho que ver con formación, a no ser pues que ustedes conozcan algún instituto bíblico donde le enseñen a uno «Mansedumbre», «Reverencia II», «Epistemología de la Mansedumbre I»… Esas son virtudes que se forman como parte del fruto del Espíritu Santo y del caminar con Jesús. Eso no se aprende solamente leyendo la Biblia. Y entonces lo que pasa es que en esos foros y en esos espacios de discusión aparece mucho la defensa de la fe, pero brilla por su ausencia el carácter que se dice que debe tener el que está haciendo esa defensa. ¡La mansedumbre y la reverencia por ningún lado!

¿Será esta una solución simplista? «Entonces no nos preocupemos por el canon, ni por la inspiración, ni por si la Biblia es infalible o no…». No estoy diciendo eso. Yo soy una persona que ha gastado mucho tiempo en formar sus propias convicciones con respecto a la doctrina. No creo que cualquier punto de vista sea el acertado, no estoy de acuerdo en que digamos «si eso es lo que tú crees, está bien». No, yo tengo cosas que sí creo y cosas con las que no estoy de acuerdo. Lo que pasa es que el verdadero llamado del Evangelio está muy por encima de las conclusiones doctrinales a las que yo he llegado. El verdadero llamado del Evangelio está amarrado al servicio, al sacrificio, a la entrega por el otro. Incluso, a tener un carácter que le muestre a los demás lo que está escrito en la Biblia, porque muchas personas no van a leer una Biblia jamás.

Y, para muchas personas, la única traducción de la Biblia que van a tener cerca es yo cómo vivo: cómo trato a mi esposa, cómo trato a mi hijo, cómo trato a mis vecinos, cómo pago mis impuestos, cómo manejo mi carro, cómo lidio con la frustración, con el mal genio del jefe, con un cliente complicado, cómo reacciono en medio de un conflicto, cómo hago cuando tengo que perdonar y cuando tengo que aguantarme a alguien que me lleve la contraria. Ese es el verdadero llamado del Evangelio: a ser luz en medio de las tinieblas para que los hombres vean a Dios en mí.

Así que, la próxima vez que sintamos la irresistible necesidad de explicar que es que eso es lo que Dios dice en su palabra… tal vez valga la pena mirarnos un poquito hacia adentro y preguntarnos si eso es lo que mi carácter está diciendo acerca de Dios. Porque, finalmente, eso es lo que Jesús dijo que esperaba de nosotros.

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