Orar sin cesar no es otra cosa que Dios busque mi nombre en su lista de contactos y yo siempre aparezca «en línea».

«Orad sin cesar», «orando en todo tiempo». Cuando era pequeño me explicaron que debía aprovechar cualquier oportunidad del día para hacer oración, así que mientras iba en el bus camino al colegio trataba de empezar con la fórmula que sabía: «Amado Dios, bendito Padre celestial…». Después de mucho intentarlo y fracasar en casi todos los intentos, dejé de orar. Y así viví por muchos años.

Orar va mucho más allá de hablar con Dios. O de hablarle a Dios. El problema es que nos enseñaron que comunicarnos con Dios tiene que pasar siempre por la verbalización, incluyendo el: «Señor, hay momentos que las palabras no alcanzan», para, acto seguido, continuar hablando media hora más.

Pero comunicarse muchas veces tiene poco que ver con las palabras. Claro que la conversación tiene lugar en una relación, una conversación fresca, auténtica y sin moldes. Pero a veces es suficiente con un gesto, un chiste interno, un meme, un toque de manos… Cuántas cosas pueden decirse así, sin palabras.

Orar sin cesar es permanecer atento a lo que Dios quiere decirme sin palabras todo el tiempo: en el ruido de la lluvia, en el sabor de mi postre favorito, en la sonrisa de mi hijo, en un recuerdo de mi infancia. Si creemos que Dios está en todas partes, entendamos que también está en el silencio. O, al menos, donde no estamos acostumbrados a escucharlo. Que nos encuentre siempre en línea y halle siempre en nosotros una sonrisa de vuelta.

Dejar una respuesta